Nada tengo yo qué decir.


Nada tengo yo qué decir de la ciencia ficción, a menos que sea de la ficción y de la ciencia que noche y día sorteo en esta gravedad cero que se ha convertido mi vida desde que dejé el ciberespacio para dedicarme a la colonización. Y para ello no necesito un cerebro positrónico, ni robots revoloteando en mi imaginación como si fueran un efecto mariposa en un campo electromagnético de fusión, porque poseo la capacidad de la telepatía que me permite transmitir a través de ondas de radiación. Tampoco necesito una máquina del tiempo que me transporte al pasado para encontrarme con mi clon y repetir el simulacro que vengo repitiendo como un bucle infinito en este multiverso de manipulación. Mucho menos requiero viajar al futuro para pulsar un botón que acabe con la guerra de las galaxias y la de los mundos de un sólo jalón. No quiero resolver los problemas planetarios de la Tierra, Marte, Saturno, Júpiter y el enano Plutón. Me basta con arreglar mi paradoja temporal y líbrame de los virus informáticos que atacan mi ley gravitacional.

Para qué quiero yo la ciencia ficción si tengo el poder de la telequinesia que me heredaron los hombres X y que me la implantaron usando nanotecnología de última generación y, en la que me manipularon genéticamente para convertirme en el humanoide que ahora soy. No quiero crear ejércitos de metal, ni combatir la amenaza biológica predicha en el apocalipsis nuclear, tampoco quiero conquistar el mundo feliz cuando no he sido capaz ni de conquistar mi corazón. Lo que quiero es salirme de esta órbita y vivir en una burbuja magnética o ya de perdida en una ingravidez artificial. Y si se puede, quiero viajar al centro de la tierra para descubrir el Big Bang y sentar las bases de la nueva Fundación, donde moren los gigantes gaseosos que aplasten cualquier forma de esclavización. Yo lo que quiero es establecer un nuevo orden en la vida solar, en el que pueda habitar el niño de los atardeceres y nos enseñe un nuevo modo de amar.

No, que no me hablen de la ciencia ficción, ni de las tres leyes de la creación, tampoco del blockchain con todo y su disrupción; que no me digan que la inteligencia es artificial y que los seres-energéticos no son seres de luz, porque yo he comprobado que me disuelvo en años luz. Que no se inventen batallas, guerras sectoriales, ni ministerios de la paz, porque yo los he vencido a todos con mis rayos gammas, mi grillo ruidoso y mi mirada de haz, y para eso no me inventé una realidad virtual. Que no me vengan con cuentos de universos paralelos, de galaxias, de agujeros negros, ni gusanos en el cielo, porque he estado ya en el hiperespacio y he salido avante usando mis poderes de teletransportación y mis saltos warp. Que no me recuerden que un día fuimos materia y que alguna vez, conocimos el amor, porque en este mismo instante soy capaz de mutar en antimateria y provocar una implosión.

Me voy ya en mi astronave al espacio sideral, llevaré mi propulsor iónico, mi pistola de laser y mi sable de luz por si se me aparece algún ciborg; estaré en hibernación, esperando la invasión extraterrestre, la rebelión de las máquinas, el imperio galáctico y el antihéroe que me rescate de esta ensoñación. Sólo espero llegar a la edad del hombre bicentenario y despertar del sueño criogénico para no convertirme en un triste holograma de aparador.   

Si esto no es ciencia, y si la vida no es ficción, entonces, ¡no sé qué hago yo aquí hablando de abducción!

Y eso es todo lo que tengo yo qué decir de la ciencia ficción.

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